Vitoria-Gasteiz :: Arqueología.


 

 


: : : : ( Dolmen de Arrizala ) : : : :

Es otro de los dólmenes alaveses ya conocido.

Es otro de los dólmenes alaveses ya conocido en 1789, y descubierto por el ilustre alavés D. Federico de Baraibar.

El 10 de Agosto, una vez terminados los trabajos de Aitzkomendi, en Eguilaz, emprendimos por la tarde un paseo hasta Arrizala para visitar el dolmen allí enclavado.

El interés de esta visita suponía algo más que un mero examen, y en el afán de lograr algún dato nuevo, no pasó mucho tiempo sin que apareciesen a la vista nuevos motivos de estudio.

No ha podido ser éste realizado durante esta campaña por necesitarse para ello elementos materiales imprescindibles de los que no se dispuso. Por esta causa; ha quedado en proyecto para otro momento.

Al publicarse los resultados que se obtengan del nuevo estudio, será ocasión oportuna para incluir la bibliografía de este dolmen.

Aprovecho la circunstancia de ocuparme de este dolmen para señalar como se merece, el donativo del arquitecto-vocal de la Comisión de Monumentos de Álava D. Julio de Apraiz, quien ha cedido a la reciente instalación del Museo de la Escuela de Artes y Oficios de Vitoria, una flecha hallada por su padre D. Julián en dicho -dolmen, así como otros objetos de otra procedencia.

 

NUEVOS DóLMENES EN LA SIERRA DE ENTZIA (ENCIA).


Al iniciar la exposición de los trabajos llevados a cabo en la Sierra de Entzia, no puede menos de hacerse una obligada referencia a un estudio, publicado por la Sociedad de Estudios Vascos en 1921.

Se titula aquél «Los nuevos dólmenes de la Sierra de Encía», y es el resultado de las exploraciones realizadas en 1919 y 1920, en unión de los Sres Aranzadi y Barandiarán.

Bastaría con recorrer sus pocas páginas para deducir de algunos de sus párrafos, que la labor por entonces llevada a cabo, no suponía más que una iniciación de trabajos a los que se presta la sierra indicada con respecto a su carácter prehistórico, y dentro del que, de día en día, va adquiriendo un mayor interés por la gran extensión que abarca el campo de estudio.

Sirvan, pues, estas líneas para explicar el alcance del título con que se encabeza el enunciado de los trabajos del verano de 1925, y el que por otro lado, ante la realidad de los hechos, ha de repetirse en adelante para señalar los resultados de sucesivas campañas en aquellos lugares.

Es este motivo, más que suficiente, para que por el momento no se pretenda hacer una revisión de lo actuado; es tanta la labor que queda por efectuar, que un trabajo de conjunto en sentido de conclusiones generales no es factible, y ni siquiera provechoso, mientras no se haya dado por terminada la exploración de aquellas
cumbres y vertientes.


Hacia la Sierra.

Sería suficiente desposeerse por breves momentos de las referencias adquiridas con antelación acerca de la existencia de dólmenes en la sierra, de Entzia, para que, sin más de haber visitado Aitzkomendi, como quien dice al pie de aquélla, en el terreno de Eguilaz, sentirse fuertemente atraído a recorrer aquellas alturas, a conocer aquel más allá que, indefectiblemente, conduce a la persuación de un nexo natural entre la altura y el llano, como un todo continuo que rindió sus variantes a la expansión y asiento de una sociedad tan propiamente natural, como aquella que data de los tiempos prehistóricos.

Nada más lógico, por tanto, que mientras se realizaban los trabajos de excavación en Aitzkomendi, y conociendo los resultados manifiestos que habían proporcionado anteriores andanzas por la sierra, se proyectase una excursión más a sus alturas, con la certeza de hallar algo nuevo, al mismo tiempo que algunos de mis compañeros conocían de vista los dólmenes ya excavados.

Para lograr el primer propósito, convenía seguir un nuevo itinerario de acceso, que proporcionase para su observación terrenos todavía desconocidos. Quedó convenida la excursión para el 12 de Agosto.

Muy de madrugada partimos del pueblo de San Román; al S. de su casería, se continúa un camino que poco después se ramifica en dos direcciones. La orientada hacia W. sigue rebasando en ziszás las últimas estribaciones del saliente por el que Entzia se pronuncia hacia NW., y poco después, al interponerse el hayedo entre el robledal, se llega al término de Arramaria.

Este término--dicen los pastores del contorno--, se conoce hoy así, pero antes se llamo Andramaria, por haber existido una ermita dedicada al culto de la Virgen.

Se asciende un poquito más, y se llega al término de Berjalaran, al pie del escarpe de Mirutegi.

Una rectificación:

Al señalar en esta ocasión el escarpe calizo de Mirutegi, conviene hacer algunas aclaraciones de interés.

En el trabajo antes aludido de «Los nuevos dólmenes de Encia» (pág. 5), se designa con el nombre de Peña de Vicuña no sólo a este escarpe sino a todo el macizo rocoso y prominente que domina por W. a Vicuña, por N. a San Román y por NE. a Ibarguren. 

En 1919 no pudimos ofrecer otro dato; mejor dicho, a nuestras preguntas en Vicuña, no supieron darnos otro apelativo, y no dejó de extrañarnos esta circunstancia.

Hoy, mejor informado y con mayor conocimiento del terreno, puedo rectificar aquella denominación mediante otros datos más exactos, proporcionados por quienes frecuentan aquellos lugares hace ya muchos años, durante largas temporadas.

El tajo vertical en el chaflán de la peña, que mira a NW. se conoce con el nombre vasco: Mirutegi. Nada más propio y natural, puesto que en sus agujeros reposan tranquilos y anidan los milanos; tan natural, como la traducción que el pastor me hizo de aquel nombre: «balcón de los milanos» (foto. n.º 10).

La peña en su parte alta, extendida hacia E. y SE. se la conoce con el nombre de Ballo ( 1 ).


( 1 ) En plan de rectificaciones, debidas a referencias más exactas que se han obtenido últimamente, y aunque en otro trabajo se indicarán en el correspondiente plano, conviene señalar cuanto antes que, el dolmen llamado Igorita (Est. Antrop. ... La Prehistoria en Álava, pág. 119; Los nuevos dólmenes de la Sierra de Encía, págs. 3 y 4) debe ser denominado Larrazabal por ser éste el del término en que se halla enclavado, mientras que el término Igorita está un tanto distante de aquel lugar.

Así mismo, los nombres señalados en el plano de la indicada pág. 4, para la fuente Uliturri debe ser Euliturri; y para el puerto que se indica Ataskin, debe ser Ataskizu.


 

FOTO. N.º 11.-- Majada de Araya, en Legaire. Foto. Elorza.

(Detalle de la sierra si muy interesante desde el punto de vista etnográfico. no lo es menos bajo cl aspecto del género de vida que muestra).


El puerto de ATAO.

Desde Berjalaran, en vez de continuar por el camino que conduce al puerto de San Román, seguimos por un sendero que bordea por N. a Mirutegi, y que, poco a poco, asciende por entre el hayedo. 

Por cima de este, aparecen cortados a pique los bancos calizos dispuestos en pliegues caprichosamente ondulados (foto. n.º 10) que se presentan difícilmente accesibles, por lo que para dominar su altura es preciso recurrir a encontrar sus fallas naturales. 

De entre éstas, la profunda se abre en torrentera invernal cuyo cauce en estiaje permite exclusivamente el paso a la segura pezuña del ganado lanar y cabrío.

La de Atao, es bastante menos pronunciada, y por entre sus rompientes se ha abierto en ziszás un sendero estrecho y pedregoso, cuya primera formación fue debida a fenómenos de erosión y acarreo determinados por las aguas que de una parte de la cumbre descendían al barranco. Hoy relativamente frecuentado en verano y otoño por pastores y cazadores de palomas, constituye un paso muy penoso, amenazado por el precipicio inmediato, y terminado en lo alto por un desfiladero peñascoso que se abre en el llamado prado de Atao.

 

En la cumbre y sus prados.-

La riqueza forestal de Entzia.

Corresponde la mayor altura, propiamente al perfil calizo, pues desde éste desciende el terreno con sus irregularidades para formar un pequeño valle o prado de Atao, protegido entre las peñas de Ballo a W. y Usurbe a N.-NE.; continuando hacia E. se estrecha, para abrirse poco después entre Mendiluce a W. y Akerrate a NE. en la pradería de Legaire, que en forma de media luna se extiende hacia SE.

Se trata de terreno previamente conocido, salteado de cuando en cuando por grandes espinos (Cratægus oxyacantha, L.) y corpulentos azkarrios (Acer campestre, L.); el haya (Fagus sylvatica, L.), siempre vigorosa queda al margen del prado, en terreno más -húmedo, e interpuesta a veces entre el peñasco calizo, donde tampoco falta el' espino, si bien muera todavía joven, sofocado por el haya cuyo desarrollo en los primeros años fué el espino quien lo favoreció.

A este respecto, permítaseme una digresión.

En más de un caso, se ha llegado a aplicar a los estudios de carácter prehistórico, el remoquete de «antiguallas», no por su aspecto científico ya que a moderno son pocos los asuntos que lo aventajan, sino por la naturaleza de sus cosas, que dentro de aquel concepto un tanto erróneo, se estiman de poco interés en el plan positivista en que hoy se desenvuelve la sociedad con vistas al futuro.

He aquí el motivo por el que aprovechando estas excursiones, me parece oportuno señalar cuestiones de otra índole, no ajenas al espíritu naturalista, sentadas bajo un criterio científico y de las que pueden derivarse conclusiones de inmediata aplicación.

Nadie mejor y más interesada que la Sociedad-de Estudios Vascos, para dar a conocer los problemas que atañen tan directamente a una de las fuentes de riqueza del País.

No se trata de un caso nuevo, pero sí de un ejemplo demostrativo que se ofrece no sólo en Entzia, sino en cuantas sierras colindantes participan de la misma naturaleza de terreno, y de las especies vegetales a que me refiero.

Mi observación ha sido confirmada por aquellos hombres que habitan la sierra en más de cincuenta años, conviven con sus elementos naturales y conocen sus vicisitudes; en realidad, son los verdaderos observadores de la Naturaleza, que en ella y de ella viven..

¿En qué puede decirse que estriba la riqueza forestal de la sierra?

Mejor que una contestación escueta, aclarará el caso, una sencilla explicación.

Armonizan su desenvolvimiento en grandes extensiones, dos especies tan distintas como son el haya y el espino, y por su mutuo desarrollo está asegurada la repoblación natural.

Mientras crece el espino hasta la altura de un metro o poco más, sus ramas bajas favorecen el amontonamiento de hoja seca, que se traduce en el crecimiento de hierba vigorosa.

En definitiva, mantillo y humedad proporcionan un lugar adecuado para que la semilla del haya germine, arraigue y crezca el nuevo brote. Mediante el crecimiento más rápido del haya, logra a los pocos años dominar en altura al espino; en suma, su vida ha sido asegurada por la protección de aquél. Como final, el desenvolvimiento mayor del haya, acarrea el agostamiento del espino, su primer protector y tutor.

Los casos de observación se pueden contar por cientos; la experiencia lo tiene demostrado, basta oir a los hombres de la sierra como testigos presenciales de este tipo de repoblación en aquellas porciones que, en el medio siglo último, fueron taladas para aprovechamiento de sus materiales.

Aprendamos, pues, de la Naturaleza, y lejos de pretender alterar sus normas, copiemos los casos que nos brinda tan llenos de sabiduría.

El ejemplo no es prehistórico, data de aquellos otros tiempos, muchísimo más remotos en que el haya y el espino convivían en la armonía de la Naturaleza, que preparaba así la cuna del hombre. 

Pero, no olvidemos, que estamos en Legaire.

Al atravesar la pradería de Legaire, visitamos el dolmen excavado y la gran piedra aislada y caída que ya en 1921 se consideró como probable menhir, y nos dirigimos hacia la majada inmediata. 

Nuestra presencia altera la tranquilidad del lugar. Entre las siete personas que llegamos sumamos mayor número que el de sus moradores, no obstante son más las chozas, y también el de perros que salen a nuestro encuentro. Los pastores avanzan, y bien pronto nos reconocemos.

Desde hace cinco años no había estrechado la mano de Germán de Zufiaur y Juan Bautista de Arrizabalaga, vecinos de Araya; ambos continúan dedicados a las mismas faenas que cuando nos vimos por primera vez; su vida, como la de otros compañeros, desde comienzo de la primavera hasta final de otoño se ha desenvuelto en la sierra.

A nuestras primeras palabras, Germán, hombre de espíritu observador y para quien la lección de nuestras cosas, de hace años, quedó fuertemente grabada en su imaginación, corta de intento mis frases, y asegura proporcionarme gratas sorpresas.

He recorrido la sierra--me dice--, en mis ratos desocupados, y en más de un punto, creo ver sepulturas de las que ustedes llaman dólmenes. Lo que tanto llamó mi atención hace cinco años, y aprendí con ustedes no le he echado en saco roto; una prueba la tenemos bien cerca.

Hablábamos junto a la ezkorta (foto. n.º 11) (cerrado, de muro de piedras o seto hecho con palos entrecruzados, inmediato a la choza, donde reúnen las ovejas para ser ordeñadas) de Juan Bautista, y avanzamos hacia la choza de Germán.

Hace dos años--prosigue éste--, he arreglado mi choza; como ve continuamos con el mismo tipo de construcción: los muros de piedra. suelta sin argamasa, la techumbre--a dos vertientes--, formada por palos fuertes cubiertos de loseta y césped (foto. n.º 12).

 

FOTO. N.º 12.-- Majada de Araya en Legaire. Fot. Elorza (Choza de Germán de Zufiaur (x), incansable rebuscador de datos prehistóricos, allí donde tantos y tantos creyeron hallar otros muy distintos tesoros.

Seguimos con la prohibición de emplear teja; no tenemos la suerte de los amezcoanos para sus corrales. Este estilo de choza nos supone grandes inconvenientes, y a pesar de la gran contribución que pagamos, representa el sistema de parzonería para evitar la instalación de una choza como obra permanente en punto determinado.

Para su arreglo necesitaba piedras; veía algunas medio enterradas ahí (señala a distancia de seis metros y medio); para romperlas empleé dinamita y una vez que conseguí separar algunos trozos, me extraño la forma en que quedaban aquellas piedras. Creí ver una sepultura, parecida a la que me hicieron ustedes conocer hace años. Acérquese y vea, si no estoy equivocado.

La sorpresa no puede ser mayor; en efecto, se trata de un dolmen.

Por un ligero examen se advierte su túmulo de gran diámetro, notablemente rebajado de altura por corrimiento de tierras superficiales (foto. n.º 13).

 

FOTO. N.º 13.-- Túmulo y dolmen de Legaire S. Fots. Elorza.

Es más, éstas han sido sustituidas por abundante estiércol, pues, las ovejas han reposado junto a la choza de su amo, que las dejaba tranquilas para recoger aquel de vez en cuando con destino a la huertecita cercana; al mismo tiempo, toda piedra propia del túmulo que apareciese, era esparcida a cierta distancia.

Muy poca hierba cubre el túmulo; se ven algunos ejemplares de Aro (Arum maculatum; bichuchi ( 1 ), que llaman los amezcoanos; zugartoa = maíz de culebra ( 2 ), en el vasco que todavía recuerdan nuestros pastores), que crece lozano con tanto abono, y cuyas raíces comen los cerdos, otros elementos destructores del túmulo. Me dicen que estas raíces cocidas, suelen ser empleadas para curar los panadizos con buen resultado.

Una ligera prueba de excavación en la cámara dolménica, nos denuncia la presencia de restos humanos.

No es posible realizar una labor metódica, son las dos de la tarde, hay que reparar fuerzas, y antes del regreso, se proyectan nuevas exploraciones.


( 1 ) El nombre «bichuchi», asignado a esta planta, parece recordar el uso que, en algunos casos, ha podido hacerse de sus espigas cargada de bayas rojas que tanto resalta entre el verdor de los lugares húmedos donde crece, como adorno o colgante a modo de dije.

Entre los mil objetos, propios de la bisutería moderna para adornos femeninos, no ha dejado de presentarse alguno en forma y color con cierta semejanza al bichuchi de los amezcoanos.

Por lo demás, los etimologistas, tienen la palabra.

( 2 ) «comida de culebrau, es como todavía se dice en la llanada de Vitoria.

Si apropiado, hasta cierto punto, la designación de maíz por el parecido de la infrutescencia del A r o con la mazorca de aquél, ni en uno ni otro caso se ve la propiedad considerado como alimento de culebras. La circunstancia de relación de lugar, entre zarzas y matorrales donde se desarrolla comunmente el Aro y cobijan las culebras, tal vez, podría tener algún fundamento.

Llámase a la planta zugabelar = hierba de culebra, en Cegama  (Guipúzcoa); zugamatxes, en Araya.

No dejaría de haber alguna relación entre el color ventral epidérmico de la culebra y sus manchas negruzcas y rayadas, con el verde salpicado de tonos oscuros que en algunos casos presentan las hojas y tallos del Aro .

«Planta de culebra», aquí en Oviedo, donde escribo.

Sin género de duda, que todas estas denominaciones están motivadas por la semejanza externa de color con el propio de la camisa de aquellos animales; donde esta circunstancia se aprecia con toda claridad es en el Dracunculus Vulgaris, Schott. (Arum dracunculus, L.), especie de arácea a la que se llama: Hierba de culebra, Culebrina, Serpentina, etc.

No estará demás recordar que D. Federico de Baraibar, en su trabajo de: «Nombres vulgares de animales y de plantas usados en Álava, etc. (Bol. de la Soc. de Hist. Nat. pág. 21.-- Junio, 1908, Madrid), indica, como se asigna el nombre de «Raíz de culebra» al Helleborus foetidus, L. Si bien esta Ranunculácea nada tiene que ver con las Aráceas, es de advertir, que ambas especies conviven muy frecuentemente, por participar de análogas condiciones de habitat; en este caso, seria interesante averiguar si se trata de una confusión o si el dato recogido para el Helleborus, es exacto.


 


Las cuevas de Guaran.

En 1921 nos habían dado los pastores noticia de su existencia.

No se pudo entonces efectuar su reconocimiento, e intrigados por su visita como aquellos quedaron ante nuestro interés por conocerlas, se ha llegado a realizar en esta ocasión.

Poco más de un kilómetro a W. de la majada de Araya, se hallan dichas cuevas, que no encierran interés prehistórico alguno; se trata de un gran foso o sima abierto en la caliza, que en su fondo se continua por dos galerías subterráneas cuyas bocas se abren una frente de otra. Hemos recorrido ambas, no con facilidad, pues a pesar de ser espaciosas, es tan abundante el material derrumbado de sus bóvedas que llega a dificultar el paso. Avanzando y descendiendo en unos cuantos metros se llega a un punto donde corre un riachuelo que desaparece poco después.

En suma, por el porte y factura de su formación, responden a uno de tantos casos geológicos, propios y tan corrientes en los terrenos calizos.


DOLMEN «LEGAIRES.»

Situación.

El día 2 de Setiembre, hemos vuelto a subir a la sierra, al objeto de excavar este dolmen.

Coincide su situación con la propia de la majada de Araya, 1.010 metros sobre el nivel del mar, ocupando el dolmen su extremo oriental.

Se extiende aquella bordeando a SW. la pradería de Legaire, en el limite de un frondoso hayedo que la rodea de E. a W.; se halla protegida a NW. por las pendientes suaves de Mendiuze hacia Ballo y Usurbe, y del N. mediante una despejada loma (foto. n.º 14) a la que los pastores llaman el Zoco, sin que conozcan el motivo de este nombre. Se asigna éste también, y dicen que más propiamente, a un pequeño recinto situado a E. de la loma, rodeado de pequeñas alturas, que forma una verdadera rinconada del prado, circunstancia que permite recordar al vasco txoko = rincón (foto. n.º 16).

A unos cien metros del dolmen corre de NW. a SE. un pequeño riachuelo serpenteando entre los desniveles de la pradería, cuyo nombre responde al de esta, de cauce poco profundo, caudal pequeño sobre todo en verano, de vado fácil, y de cuyas circunstancias da idea el puentecillo que aparece en la fotografía, únicamente empleado en época de lluvias.

 

FOTO. N.º 14.-- Un aspecto de las praderías de Legaire (Zoco) en la cumbre de Entzía.

 

FOTO. N º 16.-- Excavación y cernido en el dolmen Legaire S. (Al fondo la rinconada del prado llamado ZOCO) Fotos. Elorza.

Excavación.

Bien puede decirse que este dolmen, mientras ha permanecido intacto ha debido ser uno de los monumentos más vistosos de la sierra tanto por las dimensiones de sus piedras como por las propias del túmulo; sin embargo, las circunstancias ya reseñadas y otras anteriores puede decirse que análogas, dada la proximidad de las chozas cuyos constructores en todo tiempo encontraron material. apropiado para su objeto en el recinto, son las que han contribuido a su desaparición. Con todo, se ha llegado en momento oportuno para fijar su existencia.

El montículo tumular, hoy notablemente rebajado tiene 1,50 mts. de altura; el radio del mismo llega a 12 mts., tal vez este se manifieste algo mayor en razón del esparcimiento de materiales.

La choza de Germán de Zufiaur alcanza al montículo, a tal punto que su pared E. corta al borde W. y no dista aquélla más que 6,50 ms. del centro del dolmen.

Si como tal centro se considera al de la cámara sepulcral, conviene señalar y basta fijar la atención en el esquema (fig. n.º 4) de la planta dolménica, para. advertir que no es aquélla única, como ocurre en la mayoría de los dólmenes de la comarca, pues se aprecia un pequeño recinto sepulcral separado de aquella, orientado hacia SW., comprendido entre dos piedras, una perfectamente vertical, la otra con cierta inclinación, separadas una de otra a distancia de 35 centímetros.

No parece presumible que esta pequeña cámara sea accidental, es decir que se haya podido formar en virtud de vicisitudes afines a movimientos de piedras o hincamientos de estas por las alteraciones que el dolmen haya podido sufrir.

 

FIG N.º 4.-- Croquis de la planta del dolmen Legaire S.

La forma y profundidad con que ambas piedras están colocadas o empotradas, idéntica a las propias de la cámara grande, la disposición en que han aparecido la tierra y restos humanos en una y otra, son pruebas que conducen a considerar este recinto como un compartimiento distinto, si bien no aparezca hoy perfectamente delimitado. Lo que sí ha demostrado plenamente la excavación, es que los restos humanos se hallaban entre ambas piedras, y absolutamente ninguno por su parte exterior.

Como es natural, no ha podido menos de llamar nuestra atención la disposición indicada; está, pues, demás advertir que se ha observado con toda minuciosidad esta pequeña cámara por si se lograba dato alguno de interés; el examen detenido no ha proporcionado otra cosa que fragmentos de huesos, dientes en mayor numero del que podía corresponder a un sólo individuo, y todo ello en, las mismas condiciones que en la cámara grande.

En resumen, no se ha encontrado motivo alguno que en parte rinda justificación a este aditamento sepulcral.


Dimensiones de las piedras y cámaras sepulcrales.

Son las piedras todas calizas y propias de aquellos contornos Las dimensiones se refieren al tamaño actual, pues aunque algunos de los grandes trozos correspondientes a las piedras dolménicas se hallan formando parte de los muros de la choza inmediata, no pueden medirse con facilidad, y además no resultaría labor muy exacta la de pretender coordinar dichos trozos con la disposición que guardaron antes de ser separados de dichas piedras sepulcrales.

Cubriendo casi por completo a la piedra F se ha presentado un grueso tronco de haya que ocupaba un gran espacio de la cámara, y el que ha sido preciso cortar para llevar a cabo la excavación.

He aquí las dimensiones:

Se hace constar la altura de la excavación con respecto a cada una de las piedras por la siguiente circunstancia. Como se ha indicado previamente, para romper las piedras se hizo uso de dinamita; por este motivo y tal vez por el desarrollo de las raíces del haya que nació dentro de la cámara dolménica, algunas de las piedras han debido experimentar alguna variación en la forma en que fueron implantadas sobre la peña natural; así sucede, que si en algunos puntos la excavación ha llegado al suelo natural, en otros éste se hallaba alterado y en mezcla con el yacimiento dolménico.

La cámara sepulcral grande tiene 1,35 ms. de larga por 0,95 m. de ancha, en orientación E.-W. y N.-S., respectivamente.

A la cámara pequeña, le corresponde poco más o menos la longitud de sus piedras laterales, pero es dato difícil de precisar.


Relación de objetos hallados.

No obstante haberse hecho un examen detenido en el cernido de la tierra propia del yacimiento dolménico, es muy posible que haya podido escapar a nuestra observación algún elemento de estudio de pequeño tamaño, tal como algún pedernal, y sin género de duda, algunos dientes.

Es presumible, por las circunstancias que concurrían en el yacimiento, ya que la tierra negra propia de este se confundía con aquella otra, que, más o menos desparramada, la cubría y rodeaba, y cuya coloración es debida a la gran cantidad de detritus orgánico, acumulado por la transformación de considerable proporción de excrementos del ganado, que invadió el recinto dolménico.

Sin embargo, las condiciones en que ha quedado extendida la tierra, al objeto de que pueda ser lavada durante las lluvias invernales, permitirán que, en otra ocasión, no muy lejana, pueda ser de nuevo examinada, en la seguridad de mostrar con claridad todo resto que pueda ser interesante para su conservación, de cuya aparición se daría cuenta oportunamente.


Restos humanos:

Podría decirse que, en relación con la importancia del monumento como antes se indica, corresponde la abundancia de tales restos.

Desde luego, los huesos largos y craneales han aparecido en fragmentos y en condiciones de imposible reconstitución; se conservan algunas vértebras y falanges completas.

El número de dientes recogidos permite calcular de ocho a diez, aproximadamente, el de cadáveres; tales dientes corresponden a adultos de ambos sexos, y los hay también pertenecientes a niños.

Llama la atención el notable desgaste de las coronas en los propios de adulto; es de advertir, que son muchas las coronas que se han encontrado sin raíz por destrucción de la misma.


Restos de industria;

Han, aparecido pequeños fragmentos de cerámica negra, superficialmente parduzca; su espesor es de 8 mms.

En la foto. n.º 15, aparecen representados los objetos reconocidos, que son:

Una flecha de cobre (a) cuyo borde en la punta aparece algo doblado; es de 22 mms. de larga, 13 mms. de ancha en el extremo de sus alas, y milímetro y medio de espesor máximo en el eje central. Su perímetro es curvado, y por disminución del espesor del centro a la periferia, resulta aquél más o menos cortante.

 

FOTO. N º 15. -- Objetos hallados en el dolmen Legaire S. a, flecha de cobre; b, raspador . Fot. C. Diez.


Tres pedernales, informes.

Un raspador (b), roto en tres fragmentos, que ha podido reconstituirse, cuyas dimensiones son: 66 mms. de largo, 14 mms. en su mayor anchura por 2 mm. de grueso máximo.

Un fragmento de raspador cuyo espesor máximo llega a 4 mms.; y, finalmente, otro fragmento análogo de escaso interés.


Otras consideraciones.

Aprovechando las tres ocasiones en que, durante la campaña, se ha subido a la cumbre de Entzia, he procurado recorrer algunas de sus zonas, sin que por esto haya alcanzado en su totalidad la gran área de extensión que ocupa.

Sin embargo, poco a poco va siendo conocida la sierra, y del mismo modo se va logrando encontrar nuevos puntos de exploración a los que conducir nuestras investigaciones en campañas futuras.

Por este motivo no he de ocuparme en la presente ocasión de aquellos dólmenes que, si ya reconocidos, todavía no han sido explorados.


: : : : La Sierra de ENTZIA como fuente de riqueza pecuaria. : : : :

He aquí un tema que si, a primera vista, es ajeno al objeto inmediato de nuestro estudio, no lo es tanto si se consideran dos épocas a las que deseo referir el caso como venero de riqueza natural, es decir a la prehistórica y a la contemporánea.

Circunstancias análogas a las que antes me indujeron a ocuparme, en parte, de la riqueza forestal de la sierra, me obligan a exponer a grandes rasgos una cuestión que, bien puede decirse, entraña un problema desde el punto de vista económico y social, en relación con una verdadera fuente de riqueza, la ganadería.

Desde luego, que el hecho no es sólo referible a Entzia; pero el ejemplo, es susceptible de hacerse extensivo a cuantas localidades se hallan sujetas a las mismas condiciones naturales.

Las investigaciones de carácter prehistórico que realizamos, sirven más de lo que, por lo general, se supone; su interés no se limita al mero hecho de recoger, estudiar, clasificar y conservar como oro en paño, cuantos objetos y restos han sido hallados; Desviándome, pues, hacia un carácter de aplicación de estos estudios, veamos cual es una de las consecuencias a que nos conducen.

El número de dólmenes existentes en Entzia, cuanto mayor sea, nos demuestra la existencia de una población tanto más numerosa que allí se localizó, de tal modo que, de aquellos individuos a quienes sobrevino la muerte en aquellos parajes, sus cadáveres fueron inhumados en tales enterramientos.

Se trata de una población humana y prehistórica, de vida propiamente natural.

Ahora bien, lo que se prejuzga de momento, es si esta población ha permanecido fija durante todo el año en el lugar, o bien ha cambiado de localidad en atención a las estaciones y consiguiente variación climática. Todo hace suponer, que se ha verificado esto último.

En efecto, las variantes de clima afines a los períodos prehistóricos y actual se corresponden o por lo menos son muy semejantes; por tanto las crudezas invernales debieron de obligar, si no en su totalidad cuando. menos a la gran mayoría de aquella población, al abandono de las cumbres serranas para situarse en otros lugares más templados y resguardados en los valles inmediatos, es decir, hacia la llanada alavesa o bien a los protegidos barrancos de la línea Navarra en las Amezcoas.

Es realmente muy de lamentar que, hasta la fecha, no se haya logrado encontrar como síntoma de la presencia de dichas poblaciones, otra cosa que no sean sus monumentos funerarios. Desconocemos su habitación; si ésta se hubiese perpetuado como aquellos,

la solución del problema nos sería más inmediata. Cuando menos aquel hecho positivo, permite advertir el elevado concepto de veneración y recuerdo que dedicaban a sus ascendientes.

Es de esperar que tarde o temprano, se ha de llegar a reconocer los restos de habitación, los que mejor podría señalarse como fondos de habitación, la que por todos conceptos ha de referirse a sencilla cabaña, a simple choza.

Precisamente, en esta circunstancia, se halla el nudo de coordinación para toda una serie de consideraciones que pueden establecerse.

¿Dónde se hallan situados los dólmenes de las cumbres serranas?

Las diversas series estudiadas en las sierras del País, nos lo confirman; generalmente, aparecen en pequeñas eminencias o lugares descubiertos, inmediatos a los puntos donde se encuentran instaladas las majadas de los pastores de hoy.

Por otra parte, muchas de estas chozas han variado de sitio en el transcurso de los años, pero este cambio no se ha hecho a gran distancia, a lo sumo unos cientos de metros; otras, han sido reconstruidas a medida que lo exigían las necesidades; en definitiva, la majada se ha conservado en el mismo lugar, requerida por la orientación al abrigo natural en su mayor protección.

En suma, puede decirse, que en la sierra donde hoy existen chozas hay probabilidad de hallar dólmenes.

He aquí, pues, dos factores relacionados entre sí hasta cierto punto; esta circunstancia, permite suponer que las chozas han ido sucediéndose in situ a través de los tiempos, en razón de las condiciones naturales antes apuntadas, desde la época prehistórica hasta el momento presente.

Pero hay más; los contados pastores de nuestros días, no permanecen todo el año en la sierra, y no precisamente por sí mismos, sino por sus ganados, a cuya vida, sustento y provecho se hallan íntimamente ligados.

Por tanto, no resulta ni mucho menos aventurada la suposición de que aquellas gentes que los precedieron en sus estancias, aquéllas cuyos restos reconocemos en los dólmenes, se dedicasen, como éstos, al pastoreo; pero con una diferencia notable, la que concierne al número de individuos; entonces, la choza cobijó a la familia, en cambio ahora, en la choza de la sierra sólo habita alguno de los miembros de la familia, por excepción dos o tres, pero tampoco durante toda la temporada.

Parece lógico, pues, que se considere a dichas poblaciones como verdaderas tribus pastoriles, que según las necesidades de sus ganados se trasladaban circunstancialmente de la cumbre al llano y viceversa, como siguen haciéndolo nuestros pastores actuales.

Ahora bien, podría hacerse esta pregunta ¿cómo se explica la relativa abundancia. de dólmenes en las sierras y tan pocos son los existentes en los valles?

Las causas son diversas; en primer término, fijándonos en el género de vida propuesta, la duración del período invernal o de estancia en el valle, es más corta que la propia de la sierra; pero suponiendo que ambos períodos fuesen iguales, y en atención a la crudeza de los inviernos, podría suponerse una mayor mortalidad y por tanto un mayor número de sepulcros dolménicos los construidos en el valle.

¿Cómo es que no aparecen? Nada tiene de particular que así ocurra. Han sido tantas y tan variadas las vicisitudes porque han pasado los lugares y comarcas de los valles naturales, que por su propia situación, han constituido en todo momento el reguero de sucesivas civilizaciones, el motivo de sus influencias, el terreno más apropiado para sufrir la constante evolución del progreso humano.

Si, pues, se ha llegado a nuestro siglo, y es en él que por razón del estudio, se ha logrado advertir en los más apartados rincones estos restos de aquella lejana civilización, fácilmente se comprende que, en siglos y siglos durante los que han pasado totalmente desapercibidos, hayan sido deshechos restos semejantes en esos trasegados valles, en los que la evolución social, la sucesión de tradiciones y religiones, el cultivo de los campos, entre otras muchas circunstancias, fueron causas que determinaron una continua modificación del primitivo lecho natural.

Se han salvado, únicamente, a través de semejante cambio: los grandes dólmenes debido a su asombrosa construcción, y aquellos túmulos que, tal vez, vayan apareciendo en la rebusca impuesta por las exploraciones actuales, en aquellos sitios donde el hombre histórico no intervino en la alteración del terreno virgen.

Finalmente, no quiero que quede sin ser indicado un nuevo punto de vista, referible a la posibilidad de una cierta diferencia en las condiciones sociales dentro de aquella primitiva sociedad, pero de la que no considero oportuno ocuparme, por falta de datos. 

De cuanto precede, se obtiene una consecuencia directa al objeto del tema propuesto: Entzia y sus vertientes, en la época prehistórica, hace 3500 a 4000 años según los cálculos que hoy se admiten, sirvió de asiento a una población pastoril, y contribuyó al sostenimiento de sus ganados.

De otro lado, forzoso es reconocer, que las condiciones climáticas y de propia producción natural no han variado de aquel tiempo a los actuales.

Pues bien, si se. pone en parangón--y permítaseme la frase--, «la vida de la sierra» en aquella y la época actual, simula esta ultima una caricatura de lo que fue, en cuanto a su aprovechamiento; y este es, realmente, el caso de valor positivo acerca del que deseaba llamar la atención.

Bien es verdad, que lo que ahora sucede es distinto a lo que acerca del particular ocurría hace un siglo; que el pastoreo no es hoy lo que fue en vida de los abuelos de los actuales pastores.

Cierto es también que, en muy poco tiempo, han variado notablemente las condiciones sociales, y que una buena parte de la gente del campo ha sufrido el éxodo hacia los núcleos de población, atraída por nuevas formas de producción y consiguiente rendimiento al trabajo; más de un individuo se arrancó voluntariamente y olvidó su propio vivero para luchar por la vida en condiciones desventajosas; justo es reconocer que, así mismo, más de uno volvió a ocupar su lote.

Pero aún dentro de la familia labriega, no es difícil hallar todavía ejemplos frecuentes en el País, demostrativos de la evolución experimentada en su entretenimiento, y recoger de labios de sus miembros las fases de transición. El pobre viejo, dedicó su vida al monte, lo atendió y cultivó. un pequeño terreno que le ofreciese lo indispensable para atender al sustento de la familia; el hijo, se hizo más agricultor, y en casos despojó el monte; el meto, aunque agrícola.

tiende a sacar más provecho de la ganadería, para la que echa de menos los frescos pastos y la lozanía del monte cercano.

Han tendido sucesivamente, a adaptarse con cierto egoísmo a las circunstancias que les rodearon, pero inadvertidamente, privaron al medio de sus condiciones de acomodación.

¡Qué interesante es oir a los pastores de la sierra, agricultores --porqué no?--también en su casa del pueblo! Dueños de casa, labranza y ganados, que merced a éstos consiguieron aquéllas; felices en sus ratos de soledad, si es que no estimasen como satisfactoria la compañía de sus animales; satisfechos, por modestos que sean, de saber que allí tienen el predio con que aliviar situaciones apuradas; y al mismo tiempo, advirtiendo su diferencia con el jornalero, obligado al mandato, y por otras muchas exigencias a consumir el pretendido ahorro, tan echado de menos en las adversidades.

Y sin embargo, ellos mismos lo confiesan, cambian los tiempos, y la juventud con muy raras excepciones, no siente atractivo por «nuestra vida tranquila y productiva».

Si me fijo en otros respectos, muy dignos de ser tenidos en cuenta, observo que, en más de un caso, las Corporaciones y entidades desconociendo posiblemente el beneficio que reporta al común el aprovechamiento de medios tan naturales y sencillos, dificultan su expansión y recargan sus tributos en lugar de favorecer cuantas iniciativas se encaminasen a obtener un ventajoso resultado en la solución del problema económico-social, que tanto preocupa en los núcleos de población, y cuyos factores y solución misma podrían hallarse en el campo.

Entzia, hoy como ayer y en época remota, ofrece sus propios valores; de aprovecharlos y agradecerlos deben de encargarse quienes a ello están obligados, proporcionando orientaciones e incluso premiando a quienes rinden de la Naturaleza el provecho que cuanto más abundante fuese, así contribuiría a un mayor beneficio económico de nuestra ahogada sociedad.